by Heidi Regier Kreider, WDC Conference Minister

During the past months of pandemic restrictions and stay-at-home orders, I have found renewal and refreshment through gardening.  In the midst of all the chaos and crisis of human society, gardening is a chance to be outside in the natural environment, breathe in fresh air, get much-needed exercise, nurture plants, and soak in the beauty of God’s creation. I also recognize that having the space to safely move about, freely breathe, and enjoy the out-of-doors is a privilege that many in the world do not have.  In recent weeks of national protest against racial injustice, ignited by the tragic death of George Floyd, my gardening has also become a time to ponder racism and my role in the movement for justice, hope and change.

As a white person, I believe that white people must do our own work of anti-racism.  We cannot expect people of color to do this on our behalf.  To begin this work, we must first acknowledge how easy it is to become defensive, or feel overcome by a sense of guilt and the realization of our own complicity in the insidious evil of racism and oppression.  For me, this is like confronting another reality in my garden: The tangle of weeds and grass with deeply embedded root systems that overtake the garden when it is left to the status quo (definition: “The existing state of affairs.”).   To promote racial justice, as with gardening, I must turn again and again to the difficult work of weeding in my own garden patch, to dig deep into the dirt of despair to uproot the apathy, ignorance and self-justification that hide comfortably beneath the surface of my life.  This is dirty, sweaty and painful work. And these are tenacious roots. Even when I think I have unearthed them, remnants still remain hidden and ready to sprout again when I am not paying attention.  Becoming an ally and advocate for racial justice is not just a one-time project that can be accomplished through attending one anti-racism training, or reading one book on white fragility – as important as these things are.   The work of unearthing white supremacy and systemic injustice must be supported by ongoing disciplines of truth-telling, confession, and self-evaluation.

I confess this struggle would be beyond my capacity, if it weren’t for the fact that it also brings opportunity to nurture truth, beauty, and goodness accompanied by divine power and hope.  For me, this is symbolized by the watering of the garden that I do with a hose connected to the well, and that God does – even more effectively – with the rain that falls from heaven.  Together, we shed tears of lament and love on the freshly tilled soil, we pour out patience on tender seedlings struggling to grow, we soak the garden with fresh perspectives that produce fruitfulness, and celebrate the rainbows of color that dance as water glistens in the light.

The garden of justice is worth the hard work of weeding, and thirsty for the joyful gift of watering.  As the prophet Isaiah wrote, “Shower, O heavens, from above, and let the skies rain down righteousness; let the earth open, that salvation may spring up, and let it cause righteousness sprout up also; I the Lord have created it.” (Isaiah 45:8)  “For as the earth brings forth its shoots, and as a garden causes what is sown in it to spring up, so the Lord God will cause righteousness and praise to spring up before all the nations.”  (Isaiah 61:11)

———————-

 –  de Heidi Regier Kreider, Ministra de la conferencia

Durante los últimos meses de restricciones pandémicas y órdenes de quedarse en casa, he encontrado renovación y revitalización por medio del cuido de un jardín. En medio de todo el caos y la crisis de la sociedad humana, la jardinería es una oportunidad de estar afuera en el medio ambiente natural, respirar aire fresco, hacer ejercicio muy necesario, cultivar plantas y sumergirse en la belleza de la creación de Dios. También reconozco que tener el espacio para moverme con seguridad, respirar libremente y disfrutar al aire libre es un privilegio que muchos en el mundo no lo tienen. En las últimas semanas de protesta nacional contra la injusticia racial, encendidas por la trágica muerte de George Floyd, mi jardinería también se ha convertido en un momento para reflexionar sobre el racismo y mi papel en el movimiento por la justicia, la esperanza y el cambio.

Como una persona blanca, creo que la gente blanca debe hacer nuestro propio trabajo de lucha contra el racismo. No podemos esperar que las personas de color hagan esto en nuestro nombre. Para comenzar este trabajo, primero debemos reconocer que tan fácil es ponernos a la defensiva o sentirnos abrumado por un sentimiento de culpa y la realización de nuestra propia complicidad en el mal insidioso del racismo y la opresión. Para mí, esto es como enfrentar otra realidad en mi jardín: la maraña de malezas y hierba con sistemas de raíces profundamente incrustados que invaden el jardín cuando se deja al statu quo (definición: “El estado actual de las cosas”). Para promover la justicia racial, al igual que con la jardinería, debo recurrir una y otra vez al trabajo difícil de escardar en mi propio jardín, cavar profundamente en la tierra de la desesperación para desarraigar la apatía, la ignorancia y la auto-justificación que se esconden cómodamente debajo de la superficie de mi vida. Este es un trabajo sucio, sudoroso y doloroso. Y estas raíces son tenaces. Incluso cuando creo que los he descubierto, los restos permanecen ocultos y listos para brotar nuevamente cuando no estoy prestando atención. Convertirse en un aliado y abogar por la justicia racial no es solo un proyecto único que se puede lograr asistiendo a una capacitación contra el racismo o leyendo un libro sobre la fragilidad blanca, tan importante como estas cosas. El trabajo de desenterrar la supremacía blanca y la injusticia sistémica debe estar respaldado por disciplinas continuas de decir la verdad, confesión y autoevaluación.

Confieso que esta lucha estaría más allá de mi capacidad, si no fuera por el hecho de que también brinda la oportunidad de cultivar la verdad, la belleza y la bondad acompañadas de poder y esperanza divinos. Para mí, esto está simbolizado por el riego del jardín que hago con una manguera conectada al pozo, y que Dios lo hace, aún más efectivamente, con la lluvia que cae del cielo. Juntos, derramamos lágrimas de lamento y amor en el suelo recién labrado, derramamos paciencia en las plántulas tiernas que luchan por crecer, empapamos el jardín con nuevas perspectivas que producen frutos y celebramos los arcoíris de colores que bailan mientras el agua brilla en la luz.

El jardín de la justicia merece el trabajo arduo de desmalezar y sediento del regalo alegre del riego. Como el profeta Isaías escribió: “Ábranse, oh cielos, y derramen su justicia.  Que la tierra se abra de par en par, para que broten juntas la salvación y la justicia.  Yo, el Señor, las he creado” (Isaías 45: 8) “El Señor Soberano mostrará su justicia a las naciones del mundo. ¡Todos lo alabarán! Su justicia será como un huerto a comienzos de la primavera, cuando brotan las plantas por todas partes.” (Isaías 61:11)